
Las aves de rapiña sobrevuelan el campo, pacientes a la espera que un animal ceda ante el sol implacable. El molino tiene las aspas paralíticas, la ausencia de viento hace que se vean estampadas al paisaje rural. Las ovejas rasguñan el pasto seco, hace seis meses que no llueve en la región. El monte de eucaliptus, único resguardo a la sombra en el páramo, esconde al paraje Beladrich, un delta agreste en el partido de San Pedro –en la Provincia de Buenos Aires- que convoca este viernes a cinco de sus doce vecinos a ver a la selección.
Están reunidos frente al pequeño televisor de tubos encastrado en la pared del Almacén Beladrich que atiende Matías Fegan, de 38 años. “Pepo”, una cotorra enjaulada grazna con los vítores de los concurrentes en cada jugada albiceleste. La gata Bonita, no se inmuta con los festejos desaforados finales del conjunto argentino en su agónica victoria por penales contra Países Bajos.
Un ventilador de piso acondiciona el boliche que levanta temperatura con el calor humano. La antigua pulpería, construida en 1935, en otro tiempo convocaba a los gauchos a jugar al truco, beber y proveerse antes de encarar con faja y facón las profundidades de la llanura. Hoy se reconvirtió en una despensa familiar que sirve a la vez de posta de descanso a los trabajadores rurales de las estancias.
“No se puede salir que te quema el sol ahí nomás”, dice Fegan vestido con boina negra, bombachas y alpargatas en la previa del partido. Fuma un cigarrillo y prepara las mesas para recibir clientes o amigos, como les dice, para él son indistintos.
“Nos enfrentamos a una sequía, unos calores terribles. No está quedando nada. Con estos calores no se puede andar en el campo, es muy difícil trabajar”, dice Fegan cuando el mercurio a la intemperie marca 38 grados. Baja de una furgoneta junto con Ramón. En sus hombros transportan dos reses de cuarenta kilos y abren las puertas del parador gaucho. A las 11.30 se abren las persianas de hierro del local que rechinan en sintonía con el sonido de las chicharras que despiertan al calor del mediodía que se acerca.
El almacén es una barraca de ladrillo tostada por la luz abrasadora. Tiene una mesa de billar y metegol. En los estantes se acumulan botellas de vino y Cinzano, detrás del mostrador, cerca de una balanza de principio de siglo XX, hay aceite, paquetes de yerba y alfajores. En la heladera se exhiben fiambres, quesos y embutidos. La barra tiene encima frascos de aceitunas en salmuera y maples de huevos de granja recién empollados, en la casa de Gladys, la abuela de Fegan que vive en el paraje.
“La gente joven se fue toda, quedan los más viejos nomás. Se fueron a la ciudad a trabajar o estudiar. Nadie quiere tener animales ya, se mueren porque no les queda qué comer. Casi no queda pasto. Desde abril que no llueve. No te da mucho el campo, yo tengo unos pocos animales, seis, y tengo que cortar pastos de las canaletas o darles maíz para que no se me mueran, es lo único que tengo para vivir”, dice Gladys, abuela del tabernero en su casa frente al almacén. Y agrega: “Me quedo a verlo acá, porque a la tarde se junta tanta gente en el boliche, ahora con los partidos del Mundial están todos pegaditos al lado del otro con el calor. Aliento desde mi casa a Messi”.
Aún quedan retazos de la histórica pulpería, de los tiempos en que era una cantina fronteriza a partir de la cuál surgieron sus primeros habitantes. En el cielo raso de madera permanecen los garfios donde antiguamente se colgaba la curtiembre, los cueritos las cinchas y las monturas. Por encima del televisor, un mural inmortaliza a José de San Martín. En 1813 cuando Beladrich aún estaba despoblado, el Libertador cruzó por aquellas pampas.
“La cerveza acá se toma a dos manos, es la única manera. Hace mucho que no llueve”, dice Ramón de 53, y se seca con un pañuelo el sudor de la frente que le cae bajo el sombrero. Envuelve la botella en telgopor para que no pierda frío.“Este partido es fácil, más complicado son los rivales que vienen después. Estoy tranquilo, ganamos dos a uno”, arriesga antes del partido. Matías es más optimista y pronostica un dos a cero a favor de la albiceleste.
Frente a la pulpería está la cancha abandonada, donde antiguamente jugaba El Universal el equipo de futbol de Beladrich que desapareció hace 40 años, dos años antes que naciera Fegan. Los trofeos del equipo descansan encima de la repisa sobre las botellas de alcohol que se vacían con velocidad durante el partido. La camiseta del equipo local, como la recuerdan sus vecinos, era verde y blanca, rayada como la de Banfield.
LA NACIÓN