
Jorge Coqui López había hecho dos obras de arte muy vívidas de dos íconos del fútbol argentino y mundial: Diego Maradona y Lionel Messi. Pero sentía que algo faltaba para completar su trilogía, para que su homenaje a los campeones del mundo fuese completo. Y entonces, unos días antes de que el protagonista de su nuevo trabajo cumpliese 69 años, lo presentó en sociedad. El protagonista es, ni más ni menos que Mario Alberto Kempes.
“Esta obra era la que faltaba para cerrar esta trilogía de las Tres Estrellas, después de Maradona y Messi, en un juego de palabras por los tres campeonatos y por estos tres astros que fueron los mejores jugadores del mundo en su tiempo”, comparte Coqui en diálogo con LA NACION. Y amplía: “Para hacer este cuadro pudimos grabar un encuentro vía zoom con Mario, ya que él vive en Estados Unidos. Fueron gestiones con su esposa Julia, que organiza su agenda, a la que le agradezco que realizara ese encuentro. Por una cuestión generacional, todos los pibes de aquella época y yo soñábamos con ser Kempes cuando jugábamos en el potrero”.
En relación a ese ida y vuelta tan emocionante para el artista y el homenajeado, López detalla: “Fue muy enriquecedora la charla. Mario me contaba de aquel Kempes de un pueblo de Córdoba, un niño común que jugaba a la pelota en la calle de tierra, el pibe que deshojaba un limonero a pelotazos en el patio de su casa, vistiendo la camiseta del Talleres de Bell Ville. Me encontré con un hombre muy cordial, amable, y que a pesar de que se fue de muy joven de su provincia y ha vivido la mayor parte de su vida en el extranjero no ha perdido su acento cordobés, y creo que eso habla muy bien de él, de un hombre que no ha perdido su identidad”.
El trabajo, como ocurrió con los retratos de Maradona y de Messi, fue arduo, dedicado y muy sentido. “Viajamos a Bell Ville con mi compañera Sabina Giacometti y un artista audiovisual de Rosario: Nicolas Heredia. Nos estaba esperando el primo de Mario, el Dr. Luis Margarit, que nos llevó por los lugares del universo Kempes. Fuimos a su casa natal en la calle San Juan 122, donde ahora vive Claudia, y nos permitió entrar e ir al patio a sacar tierra, en el mismo lugar donde él jugaba con una vieja pelota, o cualquier objeto que se pudiera patear para que la imaginación hiciera el trabajo de transformarlo en un balón”, comparte Coqui.
Cuando hablo de mi tierra, de mis orígenes, se me vienen a la cabeza muchas cosas de esa infancia en la que no pensas en el mañana. Yo era un niño normal al que le gustaba jugar mucho a la pelota, volver del colegio, sacarse el guardapolovo, agarrar a la pelota y salir a la calle de tierra a jugar con los amigos del barrio”, cuenta el Matador durante un tramo de su charla con Coqui López.
La comunión del artista con el contorno en el que Marito y sus sueños de gloria crecieron de la mano fue automática: “Yo miraba ese rectángulo de tierra y veía a un niño jugando a hacer un gol, gritarlo y levantar sus bracitos al cielo como lo hizo años después en un estadio lleno y en la final del Mundial 78, donde se consagró campeón, mejor jugador y goleador del campeonato del mundo. Después, Don Luis nos llevó a la cancha de Talleres de Bell Ville, donde jugaron de pibes. Y entre tantas anécdotas que contaba Don Luis recuerdo esta: había un campeonato de barrio, con mucha tradición en el pueblo llamado la Liga Correntina, donde se jugaba fuerte y se terminaba siempre en alguna gresca. Mario en ese tiempo vivía en Europa, avisa al amigo que armaba el equipo, que iba a llegar a Bell Ville justo para el partido, para que lo tenga en cuenta. Y así fue, el Matador llegó, se cambió en la casa de su mamá, se calzó los botines y se fue rápido para la cancha que estaba a pocas cuadras saludando a los viejos vecinos que se cruzaba en el camino. Pero cuando llegó ya había empezado el partido y fue al banco. El Matador estuvo en el banco de suplentes hasta que no se cansó un delantero. ¡Al mejor jugador del mundo, al campeón del mundial 78, el equipo de su barrio lo dejó en el banco!