Si bien el nombre de Eduardo Farré es completamente desconocido para muchos fanáticos del deporte, lo cierto es que se trata de un argentino con un récord que recién fue superado dos décadas después: con 57 años, una edad en la que la gran mayoría de los deportistas gozan de su merecido descanso tras el retiro, el oriundo de San Pedro decidió participar de sus primeros Juegos Olímpicos.
La gesta se llevó a cabo en Sidney, allá por el año 2000, y representó a la Argentina en la clase star de yachting junto a Mariano Lucca. El décimo sexto lugar obtenido en Australia pasó a ser una anécdota y el Barón, que recibió el reconocimiento de todos por ser el albiceleste más longevo en competir en una cita de ese calibre, prefirió el ostracismo del que disfruta en la localidad de Olivos.
Luego de su extraordinaria performance y la plusmarca obtenida -que luego pasaría a manos de Santiago Lange en Tokio 2021, cuando tenía 59-, volvió a sus pagos para dedicarse de lleno a la empresa que fundó, “Barón Náutica”, dedicada a la vente de accesorios y equipamiento para la navegación.
Más allá del punto cúlmine de su carrera, el nacido en Buenos Aires también cuenta con una rica historia: estuvo al borde de la muerte debido a que sufrió la rotura de su aorta y también se subió a una embarcación con el célebre periodista Fernando Bravo, que lo acompañó durante su adolescencia en diversas regatas interclubes.
Su primer contacto con la disciplina fue a los 8 años, pero recién pudo formar parte de certámenes desde los 15. Incluso, en la competición que inauguró su amplia lista de éxitos, consiguió un triunfo por un metro que todavía recuerda. Farré tenía como timonel al conductor radial, que fue su pareja en el lago San Roque, Bahía Blanca, Puerto Belgrano y Mar del Plata, entre otros torneos.
Cuando todo parecía indicar que el gran salto lo daría en Barcelona 1992, un grave acontecimiento de salud estuvo cerca de quitarle la vida: “Mientras caminaba por la calle empecé a sufrir mareos, supuse que me había intoxicado con un helado ingerido un rato antes y me desmayé. Se me rompió la aorta superior. De cada 100 personas fallecen 98, fue repentino”.
Si bien la recuperación fue lenta debido al diagnóstico inicial, recién volvió a navegar en el Mundial de Maryland en 1999, que le brindó un espacio para disputar los Juegos de Sidney gracias a su prestación destacada. “Estuve porque quería hacerlo y necesitaba mantenerme en nivel. Es una satisfacción pasar de paulinos, cuando era chiquito, a estar en el top”, contaría el sampedrino.
Más allá de que tomó la determinación de abandonar la actividad una vez que volvió de tierras oceánicas, no abandonó su pasión: “Salvo por la cuarentena, que no pude por un tiempo, sigo. Hago gimnasia, me cuido del peso... No pretendo vender el barco, lo quiero cambiar por uno nuevo y siempre pienso para adelante”. A la leyenda nadie le quita el honor de haber escrito una de las páginas más brillantes del deporte argentino.
Fuente: TN